Son las 6:00. Me levanto y me tomo un par de cafés solubles que me saben a poco. Tras prepararme para la salida me despido de Liliana, la argentina, que se acababa de levantar, y salgo del albergue para empezar la ruta. Me gusta empezar la mañana con un café con leche decente y si no se me queda la sensación de que me falta algo.
A los pocos metros de salir del albergue me encuentro una cafetería cerrada con una pizarra en la puerta que pone “servimos desayunos desde las 7:00”. También tienen una bolsa de pan en la puerta que habrá dejado algún transportista en su reparto. Faltan unos 15 minutos así que bien, pienso que no pasa nada por esperar un poco. Hoy es el último día de ruta y no tengo ninguna prisa.
Son las 7:05 y siguen sin abrir. Por lo visto se han retrasado un poco. No me gusta mucho esperar, siempre he sido de los que prefieren ir a pie que esperar el autobús, pero no creo que tarden mucho. Por delante de mi pasa Liliana y me pregunta qué hago ahí, le explico mis intenciones cafeinómanas… imagino que me la cruzaré un poco más adelante.
Son las 7:20 y estos cabrones no abren, la ira e impaciencia me empiezan a dominar y me parece muy mal esa falta de respeto en forma de cartelitos que he encontrado ya varias veces hacia los peregrinos en temporada baja. No es tan difícil quitarlos o modificarlos si no van a cumplirlos… Intento borrar la hora como queriendo dejar un mensaje al propietario pero lo que parece en un principio tiza se resiste, así que me coloco la pizarra de 50cm x 1,50m bajo el brazo y me lo llevo. Me acompaña un rato mientras atravieso Navarrete hasta que lo dejo al lado de un contenedor y ya me siento más tranquilo: con los pajaritos, el sol recién salido y estas cosas recupero mi estado de peregrino pacífico.
Poco después, a la salida de Navarrete, veo una mochila amarilla… es la de Liliana, no sé que ha estado haciendo todo este tiempo porque tiene un caminar poderoso. La alcanzo y la saludo de nuevo, me alegra encontrármela y nos reímos un rato explicándole mi acto vandálico mientras le enseño mi mano amarillenta al intentar borrar el “7:00” de la pizarra. Seguimos charlando y caminando juntos hasta que unos km después nos encontramos una cafetería donde decidimos entrar y desayunar. Nos atiende un camarero joven y muy simpático con el que conversamos un rato, de esta gente que encuentras a menudo que disfruta en su trabajo atendiendo y conociendo a peregrinos.
Tras el desayuno continuamos con los 30 Km aproximadamente que tenemos que recorrer hasta Cirueña, no había decidido el destino pero Liliana me comenta que piensa terminar allí hoy y a mí me parece un buen destino además de que estoy disfrutando con la compañía de esta chica. Además, hoy de momento no me duelen demasiado los pies.
Pasado un buen rato, nos encontramos con una bifurcación en el camino sin ninguna señal que nos aclare cuál de las dos opciones tenemos que seguir, lo que nos hace pensar que nos hemos desviado en algún momento de la ruta entretenido por la charla que teníamos. Saco el móvil para orientarme con el GPS y ver donde nos encontramos y veo que hemos avanzado tres kilómetros por otro camino… nos hemos desviado bastante. Busco una ruta alternativa a caminar hacia atrás y que nos lleve de nuevo al camino y encuentro una vía que se cruza con este en la población de Nájera. Con esto tenemos que caminar algún kilómetro más y es una ruta curva pero los paisajes siguen siendo agradables… La gente local con la que nos vamos cruzando nos mira extrañados, imaginando que no sabemos por donde vamos pero muy amables nos intenta ayudar y nos va orientando.
Finalmente llegamos a Nájera, tras unos 6 km más de lo previsto y con los pies ya bastante doloridos. Atravesamos un puente dentro de pueblo que pasa sobre el río Najarilla y me comenta Liliana que estaría genial meter los pies un rato dentro del agua. A mí no se me habría ocurrido pero me parece una idea estupenda así que buscamos un sitio por donde bajar, soltamos las mochilas, nos descalzamos y nos sentamos bajo el puente metiendo los pies dentro del agua que está congeladísima… ¡Que sensación más agradable¡ siento como esos globos que tenía como pies se me deshinchan al momento y el dolor se me pasa casi al instante. Todo un descubrimiento… Creo que a partir de ahora voy a estar metiendo los pies en cualquier riachuelo que encuentre. Me sorprende la capacidad de aguante que tiene esta chica porque yo tengo que sacar los pies de vez en cuando por lo fría que está y ella no… Me la imagino caminando descalza por los glaciares de su tierra natal.
Tras nuestro merecido descanso continuamos la ruta, son las 14:00 y paramos a comernos un menú en el siguiente pueblo.
Seguimos el camino, ya solo nos quedan 6 o 7 km… Hace un rato ya que me estoy planteando terminar el día de una forma diferente, y no me pienso quedar con las ganas de proponerlo. Estoy a gusto con esta chica y la verdad es que tiene bastante morbo. Así que le comento que si le apetece esta noche podemos saltarnos el albergue y pasar la noche en un sitio más cómodo los dos juntos. Ella me mira sin sorpresa y se empieza a reír, y me responde que mejor que no (Hooooooooooo). – ¿Y para eso he hecho todos estos kilómetros contigo? – Le digo. Nos reímos y le explico que me cae bien y me gusta, y que si no se lo propongo acabaré el día sintiéndome un imbécil. Ella me aclara que para nada se siente incómoda por la propuesta, que no me preocupe. Y seguimos el camino charlando y con el buen rollo que teníamos como hasta entonces, con una breve decepción por mi parte que se disipa en seguida pero ya más abierto por la tranquilidad que da el ser sincero y haber intentado algo que te apetece, aunque no lo consigas. En fin, más metáforas y moralejas del camino… aunque hubiera estado muy bien una lección algo diferente. Me he dado cuenta de que me da morbo el acento argentino y no me gustaría demasiado que fuera por culpa de ver tantos vídeos del filósofo Darío Sztajnszrajber.
Parece que ya casi estamos llegando al destino, vemos un pueblo al final del camino que seguimos cuando empieza a llover. Volvemos a tener los pies doloridos hace ya un rato y al llegar al pueblo nos ocultarnos bajo la entrada del primer edificio que encontramos, que da acceso a un campo de golf, por suerte la lluvia para en 10 minutos.
Son las 17:00 Deambulamos un buen rato por el pueblo buscando el albergue, sin ver a nadie por las calles, estamos ya algo cansados… Junto a una iglesia nos encontramos a unos vecinos que nos indican que ahí no hay albergue, que estamos en Ciriñuela, no Cirueña, que el próximo albergue está todavía a unos pocos km… y esto desata una carcajada de desesperación por nuestra parte.
Conseguimos orientarnos como podemos por las indicaciones de la carretera, ya que el GPS de mi móvil a dejado de funcionar bien (y no volvería a hacerlo), hasta que finalmente llegamos a Cirueña y nos ponemos a buscar el albergue… nos da igual cual sea, el primero que veamos. Un señor muy amable nos indica y acompaña hasta el albergue Victoria.
Llamo a un timbre nos abre la puerta la hospitalera y nos pregunta si queremos una habitación privada o albergue… yo sin darme cuenta me quedo pensando en las posibilidades pero Liliana, como leyendo mis pensamientos, responde riéndose que queremos albergue, sacándome de mi breve y lujurioso trance.
Este albergue parece una casa particular en la que se alquilan habitaciones. Un formato algo extraño que al principio, sin saber porqué, me crea algo de desconfianza, pero que en seguida me siento como en casa por el ambiente tan cercano y familiar que se respira allí. Tras descalzarnos nos acompaña a una habitación en la que hay cuatro camas en dos literas dobles. Nos quedamos en una y en la otra hay una pareja joven muy simpáticos de Ávila con los que me he cruzado alguna vez en estos días pero con los que todavía no había hablado.
Calculo que al final habremos hecho unos 40 km hoy y lo noto en los pies y en su colección de ampollas. Me pego una buena ducha y me curo los pies. Fuera llueve y no parece que el pueblo ofrezca mucho que ver, pienso quedarme en el albergue descansando el resto del día. Rondan por el albergue un grupo de franceses ya mayores. Uno de ellos muy simpático y que habla muy bien el español se me presenta y me explica que son un grupo de peregrinos “antiguos” amigos del Camino de Santiago. Que todos ellos, unos trece, ya lo han recorrido varias veces y ahora, algo más entrado en años (unos 70 de media) se dedican a reunirse de vez en cuando y a explorar más detenidamente aquellos lugares por los que otras veces han pasado con más prisa siendo más jóvenes. Ahora se están hospedando unos días en este albergue y cada día salen en coches o autobús y pasan el día viendo iglesias y pueblecitos de la zona. Luego se desplazan a otro sitio donde pasarán otros días más.
Al lado del comedor está la cocina donde una de las hospitaleras (son dos hermanas) está cocinando algo que huele estupendamente. Estoy sentado cómodamente en un sofá con una copa de vino y alterno conversaciones con la lectura de “Guerra mundial Z” hasta que viene la hora de la cenar. Nos sentamos todos en una mesa alargada como una gran familia donde los peregrinos antiguos son la gran mayoría, además de un portugués mayor, la pareja de Ávila, Liliana y yo. Hacemos todos un brindis siguiendo un ritual bastante cómico al que prácticamente nos obligan los franceses y empezamos la cena: deliciosa, con buen vino, y en un excelente ambiente en el que lo pasamos muy bien y nos reímos bastante, sobre todo cuando terminamos con una cata de licores de la zona: orujos, pacharán…Espero no acabar siendo un alcohólico tras estos días.
La gente se va retirando, los cuatro jóvenes nos marchamos los últimos. Ha sido una buena noche, aunque podría haber acabado mejor… en la habitación huele muy bien.
De vuelta:
29 Octubre 2015
Nos levantamos sobre las 7:00 y desayunamos en el comedor. Ya se ha acabado mi camino de momento. A las 8:15 tengo que coger el autobús en una parada cercana que me llevará a Logroño y una vez allí ya me buscaré la vida para llegar a Reus y luego a Tarragona, donde pasaré unos días que me quedan de vacaciones visitando familia.
El resto de peregrinos jóvenes se levantan y preparan su mochila para continuar con su camino… Me despido con un abrazo algo frío de Liliana y espero que disfrute de lo que le queda de camino hasta Finisterre. Siento cierta tristeza y la sensación habitual de que me ha sabido a poco. Nunca son suficientes días. Pero estoy contento y satisfecho. Espero poder algún día poder perderme con mi mochila el tiempo que me apetezca.