Son las seis de la mañana…

Son las 6:00 y me levanto, llevo un rato dándole vueltas a ciertas cosas en mi cabeza, voy a poner la cafetera que sin mi primer café no soy persona. Por fin esta noche el insomnio me ha dado una tregua, he dormido algo más de mis seis horas mínimas necesarias.

 Estoy tranquilo estos días tras haber pasado hasta hace no mucho un periodo de intento de tregua sentimental conmigo mismo. Algo más de tres meses sin quedar con nadie intentando tranquilizar un poco mi flagelada consciencia. Algo que no me sale demasiado bien porque por lo visto tengo un interior demasiado ruidoso y compulsivo, lo único que conseguí fue pensar en mi cada vez más distante ex y aturdirme buceando en nubes de humo. Eso cuando no estaba rodeado de esa gente extraña que arrastra carritos. Pero la situación ha cambiado. Estoy cumpliendo algunos microproyectos sobre los que tal vez hable, hace un mes que no fumo, he tenido alguna experiencia curiosa con alguien y estoy sintiendo cosas que, como no, me perturban… pero bueno, de eso igual hablaré otro día.

Dentro de un rato iré al gimnasio, allí hay muy buena gente, estoy a gusto en este pueblo aunque esté lleno de desconocidos conocidos; para una gran parte de ellos paso desapercibido mientras trabajo, pero me señalan con los ojos cuando me encuentran fuera de lo que ellos consideran mi lugar natural, como si no perteneciera al exterior de ese supermercado en el que trabajo disfrazado de vigilante; como si por las noches me dejaran cargando las baterías en un cuartito hasta la mañana siguiente…consecuencias de un trabajo incomprendido para la mayoría, pero que realizo cómodamente y hasta me gusta.

Son gente a la que ya “conozco” del día a día. A veces solo necesito ver una parte de su peinado tras una estantería o su silueta caminante a lo lejos para saber de quién se trata… No trabajo mirando con mis prejuicios, como por desgracia es habitual en mi sector, si no que intento meterme dentro de la gente, en sus mentes y averiguar con qué intención están ahí. Es una exploración invasiva que intento hacer disimuladamente porque molesta, lógicamente. En ocasiones me saltan con la típica pregunta: ¿Me estás siguiendo? ¿Por qué me miras?… Sobre todo si pertenecen a alguna etnia discriminada y dan por hecho que soy un calvo nazi cabrón, siendo ellos los que me prejuzgan, aunque no les culpo demasiado por ello… Normalmente me gusta explicar (pese a las instrucciones que suelen dar las empresas de ignorar estas situaciones) que mi trabajo es vigilar, que si miro no es porque les acuse de nada si no porque me tengo que asegurar de que todo está correcto, y lo hago así con todos. Si lo entienden bien, si no, tampoco insisto… no tengo que pedir disculpas por mi trabajo, y si se vuelven ofensivos y molestos en el entorno que está bajo mi protección y responsabilidad haré que se marchen. Sin más… Cada uno es responsable de gestionar sus tensiones y prejuicios. Yo soy buena gente, pero no me voy con tonterías y puedo ser duro. Y creo que es una buena combinación en mi trabajo.

Normalmente mi forma de solucionar conflictos con las personas es el diálogo, con un tono firme y amable pero opaco… yo sé interpretarlos a ellos, pero dejaré que perciban de mí lo que me interesa. En el momento en que uno mismo duda o muestra nerviosismo, se crecen y todo se complica, pierdes el control de la situación y se te puede ir de las manos. No es que no te pongas nervioso, pero aprendes a ignorarlo. Apoyo mi posición en ese diálogo induciendo la sensación de que en caso de que me pongan las cosas difíciles actuaré en consecuencia y sin vacilar. Normalmente consigo hacerles entender, casi sin que se den cuenta, que su mejor opción es seguir mis instrucciones y que no les interesa que nos alteremos. Además, no les dejo pensar demasiado hasta que, según el caso, ya los he sacado fuera o los tengo en un entorno que yo domine y en el que se sientan vulnerables, lejos del público; y ahí es donde ellos se derrotan. Ahí termina mi presión sobre ellos reforzando su sensación de que están haciendo lo correcto y sigo respetuosamente el protocolo establecido para esa situación concreta. Trabajo hecho, me digo, y a otra cosa. Sin implicarme de forma personal, pero sin dejar de ser una persona.

– Que bien vives, dando vueltas todo el día por aquí fresquito- me dicen muchos por ignorancia, otras veces además con una combinación de envidia y desprecio… sería curioso verlos en ciertas situaciones a ver qué hacen y que opinan entonces. Siempre digo que los vigilantes somos gente extraña.

Este trabajo, como todas las acciones repetitivas que uno hace diariamente durante horas, te condiciona… se convierte en un hábito. Una compañera del supermercado me comentó que el otro día estaba de día libre en una tienda de la misma cadena lejos de aquí y que sin darse cuenta estaba organizando los productos de una estantería ante la mirada no demasiado sorprendida de su marido. A mí, entre otras secuelas, me pasa algo parecido con la gente con la que trato en cualquier entorno y contexto; cuando las miro busco ya de forma instintiva quienes son, no lo que intentan aparentar.

Soy observador con las personas, cada vez más; y aprendo mucho de ellos, de cualquier tipo de relación que tenga con alguien.

Recuerdo a menudo una experiencia que me paso al principio de ganarme la vida en esto, hace ya un tiempo. Entonces mi servicio era en un centro comercial y éramos cuatro o cinco vigilantes en ese momento. El que estaba al cargo de las cámaras nos avisa por emisora de que ha visto a un individuo con aspecto sospechoso ocultarse un producto de una tienda de bisutería. Y nos indica su posición. Nos acercamos tres compañeros, los tres con un aspecto bastante intimidante. El perfil del individuo era un chaval de treinta y pocos años, aparentemente toxicómano, muy delgado y no muy alto. Llamaba la atención. Yo no dirigía la intervención si no que estaba de apoyo, y ante nuestra sorpresa, tras pedirle lo que se había ocultado, sale corriendo por el centro comercial sin posibilidad de salir… algo incoherente. Nos obliga a correr detrás de él y al alcanzarlo se resiste y forcejea, nos caemos al suelo con él sorprendidos por la fuerza que tiene en ese momento pese a su tamaño. Observo que se ha dañado la ceja y empieza a sangrar por ella. Nos vemos obligado a cogerle los brazos y engrilletarlo, no sin dificultad y haciéndole algo de daño. No lo había hecho nunca y era muy diferente a lo que practicas en esos cursillos de defensa personal que ahora me dan mucha risa… la realidad de estas intervenciones es muy diferente, sin esa elegancia marcial de las pelis, todo es mucho más guarro. Una vez engrilletado se tranquiliza un poco. Lo llevamos al cuarto de seguridad y lo sentamos en una silla tras cachearlo y encontrarle un anillo, que costaba tres euros… solo tres euros. El procedimiento es llamar a la Policía Nacional y custodiarlo hasta que vengan. Y me quedo yo frente a él, de pie junto a la puerta de un habitáculo de 2,5 x 2,5 metros con una cámara en el techo y las paredes blancas.

Él se mantiene sentado, aparentemente tranquilo, engrilletado y con la ceja herida, aunque ya no sangra. No dejo de mirarlo porque no consigo prever si va a saltarme a morderme o lo que sea… No estoy asustado. Mantengo el puño cerrado y por mal que me sepa sé lo que tengo que hacer si reacciona de forma extraña. Espero que no haga tonterías…

Para mi sorpresa se pone a llorar….

 Se acaba de despertar mi compañero de piso y me saca un poco del trance. Voy a hacerme mi batido matinal de avena, huevo, leche de soja y plátano… Ya son las 8:30, se me está haciendo tarde para ir al gimnasio. Me gusta ir sobre las 8:00. Pero bueno, estoy bien aquí divagando frente al ordenador. Me quedaré un rato más.

Como contaba, este chico se me puso a llorar… de todas las reacciones posibles es la que menos me esperaba. Pero intento no transmitirle nada, me mantengo de pie con una mirada neutra. Él me mira sumiso, derrotado, y empieza a contarme…

–¡Es que soy un idiota, joder! Acabo de salir de la cárcel, iba a casa de mi madre, quería llevarle un regalo y se me ha ocurrido esto… soy un desastre… –Yo le respondo que por una tontería así “se la juega”, que no era necesario todo esto.

– Ya lo sé. Pero es que toda mi vida ha sido una mierda. A veces no sé ni lo que hago – Me comenta que hace tiempo conoció a una chica, y que con ella se metió en la droga… recuerdo que le atribuía a ella la culpa de la situación en la que se encontraba en ese momento, y que había pasado por una muy mala vida. Y un día acabaron encerrándolo. También se infectó de sida en esta etapa. Luego, según me comenta, en la cárcel conoció a Dios o a Jesucristo… a uno de estos, no recuerdo bien, y consiguió dejarse la droga. Ahora había salido y se iba, no recuerdo bien si a Zaragoza, a ver a su madre como ya he dicho… Hasta que se encontró conmigo y con esa situación. Engrilletado frente a mí, un segurata de un centro comercial, con la ceja rota, contándome su vida.

Siguió hablándome, no recuerdo mucho más de la conversación. Yo ya sabía que no era peligroso, estaba haciendo mi trabajo y lo escuchaba. Ya no hacía fuerza manteniendo el puño cerrado si no intentando no soltar ninguna lágrima. No era un diálogo, era un monólogo, una confesión y un desahogo.

Llegó la policía y al lado de donde estábamos, tras un corto pasillo, estaba el PPS con las cámaras de todo el centro comercial, un par de escritorios con un compañero, el director de seguridad y varias cosas más. Se metieron allí a rellenar sus documentos y a hacer sus trámites y comprobaciones. Se emplea mucha cantidad de tiempo rellenando papeleo hasta por un anillo de tres euros.

Mientras tanto yo continuaba con este chico… que parecía más tranquilo y aliviado, incluso algo contento. Se acerca la policía, continúa sentado y engrilletado aunque pienso que ya lo podríamos haber soltado. La policía lo levanta de la silla para llevárselo. Cambian mis grilletes por los suyos y se los ponen por delante. Yo me aparto para cederles el paso y salgan pero cuando pasan por delante de mí el chico pide un momento y se da la vuelta hacia mí… me da la mano y me sonríe despidiéndose, mirándome con ojos de agradecimiento, con una ceja que yo le había roto por coger un anillo de tres euros antes de tirarme al suelo y “atarlo”. Imagino que agradecido por haberlo escuchado durante unos minutos pese a todo, por haberle hecho sentir persona, creo…

Es una experiencia que, por el motivo que sea (tampoco quiero racionalizarla demasiado) me sorprendió y me impactó mucho, y no puedo evitar emocionarme al recordarla.

En mi día a día actual trabajo sólo. Tengo un compañero con el que comparto el turno, el una mitad del día, yo la otra. Y durante el relevo nos pasamos novedades y charlamos un rato. El está dominado por prejuicios, como la mayoría… pero no es mal tío. Tenemos debates sobre los “personajillos” habituales del supermercado. En todos ellos suelen comprar su bebida una serie de alcohólicos y vagabundos que merodean por la zona, muchos de ellos con problemas mentales que entran, cogen su brick de vino o litro de cerveza y al rato vuelven a por más. Así como otras personas que hay en la puerta, pidiendo a los clientes que van entrando, que les compren algo o que les den un poco de dinero.

Mi compañero, como mucha de la gente que trabaja en el supermercado, habla de ellos y los trata con desprecio y asco. Yo sé que es porque son víctimas de sus prejuicios y miedos, y sé también que ellos no son conscientes del todo sobre esto. Así que cuando me sueltan algún comentario ofensivo sobre ellos les respondo refutando, preguntándoles los motivos de ese asco ¿Dónde ven el peligro?¿En qué consideran que son una amenaza cuando nunca han hecho nada malo? Cuando intentan argumentarme ese odio que tienen no pueden, se pierden en explicaciones que no tienen sentido y se ponen nerviosos. Intento hacerles ver que están equivocados, que realmente no es de ellos esa idea, que es condicionada… pero eso les da igual. Mis compañeros no son mala gente, pero se comportan así. A mí me dan pena ellos. No esta gente que está desplazada del sistema, convertidas en cosas que molestan. Incluso a estos a veces los admiro: Son libres… los veo entrar y la mayoría me saludan, ya saben que no tengo prejuicios, también saben que si se tambalean demasiado les voy a pedir que salgan, pero que es mi trabajo, y lo entienden. He tenido conversaciones muy interesantes con algunos de ellos. Otros son ajenos a todo: viven en su mundo y les da absolutamente igual lo que se opine de ellos. Alguno parece que está enfermo y su nivel de decadencia es extremo, y basa su vida en destruirse alimentándose solo de cerveza y algún pastelito, su aspecto físico no augura mucho tiempo de vida. A veces dejo de ver a alguno y me pregunto si habrá muerto ya tirado en la calle como un perro atropellado, ignorado. Para mí esa gente no pasa desapercibida aunque no me implico en sus vidas, me entristecen. Yo no puedo girar la cabeza al verlos o ignorarlos…

Imagino que son consecuencias de observar dentro de las personas sin prejuicios, busco por mi trabajo las intenciones con las que vienen, por si son hostiles, y encuentro esas cosas dentro de ellos.

Muchos de esos clientes «decentes» habituales, que entran a comprar y me comentan si no se puede hacer nada con “esa gentuza que hay en la puerta pidiendo”. Como estoy trabajando tengo que reprimir mi respuesta, mientras los veo orgullosos con sus tetas operadas, morros llenos de botox, corbateados, trajeados, marcados con iconos consumistas… Algunos obsesionados con depilarse y tatuarse según la moda de turno, imitándose unos a otros; Con músculos inflados con medicamentos; intentando agradar a otros cumpliendo los cánones. Con una autoestima basada en la envidia mutua y mirarse de reojo… Son unos tristes sin personalidad sobre tacones que les pone respingón el culo y adictos a comprar productos light y a camuflar sus miserias… Eso sí que me parecen gentuza.

Pero no quiero pecar por lo mismo que ellos. No puedo evitar sentir desprecio, pero sé que también son personas, tendrán sus cosas buenas pero, por sus propios motivos, se han convertido en víctimas, aunque voluntarias, acomodadas a esa forma de vida que les ha proporcionado esa falsa estabilidad y lugar en el mundo. Una identidad solo para tristes y cobardes… tampoco suponen un peligro para mí, no debería odiarlos.

 Son las 9:51 … me encolerizo un poco al hablar de esta gente, no puedo evitarlo, pero bien, me queda un café en la cafetera, voy a por él y termino ya. A veces me paso una mañana entera escribiendo estas cosas y no sé exactamente ni porqué. Quiero hacer algo más antes de volver a trabajar por la tarde…

Esta gente alienada de la que hablaba es uno de los extremos que me suelo encontrar en el día a día, un éxito absoluto de “aquello, sea lo que sea” que mediante la influencia condicionada de prejuicios y falsos ideales se convierten a si mismos en un feo producto prefabricado en serie.

Pero a mí me gusta trabajar con gente. Ni mucho menos todos son así. Y además, todos tienen algo bueno. El día a día hace que muchas personas se acostumbren a tu presencia en un entorno tan habitual para ellos como es el supermercado donde van a comprar su comida y lo que suelen necesitar más habitualmente. Noto ya tras unos meses como algunas miradas de curiosidad y desconfianza del principio se hacen algo más familiares y ya se atreven a gastarte bromas, comentarte cosas (algunas realmente sorprendentes)… se dan cuenta de que no muerdes. Hay alguna señora entrañable que te trata de forma maternal… supongo que le recordaré a algún hijo o nieto. O esos niños que más allá de cualquier prejuicio y dominados por su curiosidad te persiguen descaradamente con la mirada cada vez que pasas junto a ellos. No puedo evitar soltar una sonrisa cuando me miran con la cabeza forzada hacia arriba. Alguno me pregunta si lo que llevo ahí colgando es una espada, si he matado a alguien o porqué no tengo pelo… Y no solo te lo preguntan si no que se quedan quietos mirándote y exigiendo la respuesta. Intentando averiguar “Qué soy”. Con sus padres al lado avergonzados hasta que ven que intento evitar partirme de la risa… No deberíamos nunca de perder esa curiosidad. También te encuentras con alguna mujer casada que cuando no está con su marido te atraviesa con una mirada descarada y algo lujuriosa, traviesa. Y que cuando está con él es de resignación y aburrimiento. Otra señora mayor del pueblo, adinerada y que vive en África, con la habilidad increíble de no callarse nunca; dice que soy muy majo, y que me vaya con ella de viaje. Obviamente no me dejo comprar pero eso me hace mucha gracia. Tendrá unos 70 años pero vive a su manera, y es muy lúcida y fuerte pese a la apariencia de abuelita de 1,50 m.

Y tantos otros perfiles diferentes que voy conociendo…

Por supuesto está la gente que trabaja allí. Me llevo bien con todos. Hacen que me sienta uno más y sé que con mi presencia se sientan seguros, que es la función para la que yo estoy allí y por lo que se valora la calidad de mi trabajo. Pero la relación no se reduce solo a eso. A veces están estresados y te hablan, te comentan cosas, se apoyan en ti… creo que me ven como una buena persona y alguien neutral a todas las tramas que entre ellos se desarrollan. Yo hago mi trabajo y soy responsable, tengo claras las diferentes actuaciones en lo personal y lo laboral, y como solucionarlo en caso de que entren en conflicto (Por ahora) pero tengo un trato cercano a ellos, y realmente los aprecio… incluso a alguno de ellos más de lo que me gustaría.

Trabajo para una empresa capitalista importante, pero que de momento respeta como soy, no me exige sumisión si no responsabilidad, carácter y personalidad, entienden que es lo necesario para cierta capacidad resolutiva ante posibles conflictos y además, es la imagen que buscan en representación de la empresa… esta a su vez tiene como cliente a otra gran empresa capitalista también de gran transcendencia en la que desarrollo el servicio de seguridad. Pero mi función es la de tratar de que a las personas que cumplen sus tareas dentro de esta no les pase nada. Alguno puede pensar que mi trabajo es incompatible con mi forma de ser y pensar… podría (o no) serlo si fuera policía o militar, pero no como vigilante. No tengo nada que envidiar a las fuerzas y cuerpos de seguridad, muchas veces se nos compara y enfrenta o se me discrimina frente a ellos. Es un debate en el que no suelo entrar. Desarrollamos funciones totalmente diferentes. Yo sé cuál es mi trabajo y conozco bien mis capacidades, y estoy contento con el resultado. No sirvo directamente al poder, aunque protejo y contribuyo a parte de un sistema capitalista que me repugna. Pero nunca haré algo que esté por encima de mis principios y tengo claro que si no puedo ser tal y como soy en ese sitio donde desarrollo mi tarea profesional, que no deja de ser una obligación, es que no es mi sitio. No voy a prostituir mis ideales ni mi dignidad por algo tan banal como es el trabajo. A veces tengo que aguantar tonterías, pero siempre leves que atribuyo a que entiendo que no voy a encontrar una situación perfecta, pero está dentro de mis límites de tolerancia, que por cierto, ciertamente me doy cuenta de que cada vez son más estrechos. Pero de momento me mantengo cómodo.

Ahora sí… ya son las 10:44 y al final me ha salido una descripción de mi trabajo, aunque no es realmente de lo que hablo…

Creo que pocas veces “hablo” realmente de lo que aparentemente escribo. Temo que llegue un día en el que sea todo metáforas y alegorías, y que ni yo mismo me entienda. Mi hermana suele decir que detrás de una frase mía hay por lo menos dos más que no se ven a simple vista. Cuando me toca hacer de hermano mayor, si solo se quedan con mi mensaje literal, a veces se enfadan, pero ya me conocen… se les pasa. Saben que hay una buena intención en ello. Y no tienen más remedio que quererme…

Voy a pegarme una ducha y al gimnasio. Ahí no estoy disfrazado y mantengo un contacto más sincero con la gente. Hay personas ahí dentro que realmente valen la pena. También otros perfiles de los que aprendo y a los que aprecio… No hace demasiado era mucho más tímido, no me abría a la gente como lo hago ahora. Es uno de los cambios más notables en mí y de los que más orgulloso estoy. Para esto es clave como he dicho tantas veces vencer al miedo… No es no tenerlo, si no el no dejar que te domine. Me da igual lo que piensen de mi, y eso hace que me muestre como soy, y me va mucho mejor desde que soy me comporto así, sin pensar si lo que digo les pueda resultar o no extraño, si me aceptarán o no… todo eso son solo tonterías y malgastar tu tiempo.